¿Más de lo mismo o mismo de lo más?

¿Más de lo Mismo o Mismo de lo Más?

Por: Johel Batista

Miembro de Jóvenes Unidos por la Educación, Panamá

Ser un joven millenial,  es  formar parte de una  generación  crítica de la realidad social y política. Preocupa, sin embargo,  que casi hemos aceptado como una realidad,  la falta de actualización de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Hemos dado por hecho  aquello que llevamos años escuchando: "Los estudiantes son el sujeto y el objeto de la educación",  cuando la realidad  grita lo contrario.

Para encontrar una eventual solución a un problema,  se requiere un diagnóstico de la realidad: nuestro sistema educativo es obsoleto. Creado hace 300 años en la Antigua Prusia, en el  contexto de la Primera Revolución Industrial, con el objetivo de formar trabajadores, que seguían procesos preestablecidos y recibían órdenes de sus superiores y no tenían la necesidad de pensar, indagar  o resolver problemas.

G.H. Hardy,  uno de los grandes matemáticos del Siglo XX, aseguraba que  "Los seres humanos somos meros exploradores del infinito en la búsqueda constante de la perfección absoluta". Esta afirmación no es menor pues nos permite entender muchísimos aspectos de la naturaleza humana.  Más que simples seres  supuestamente racionales, somos organismos capaces de hacer inferencias, con criterio propio. Ante esta realidad, es evidente que no es aceptable la imposición de ideas que se alejan de nuestras convicciones, resultado de nuestro raciocinio y procesos de reflexión que merecen ser escuchados y respetados.

No es correcto tampoco que todas las fallas  en los aprendizajes de los estudiantes sean atribuidas a las debilidades del sistema educativo. Los jóvenes debemos responsabilizarnos de nuestro aprendizaje: nos corresponde utilizar todos nuestros sentidos para aprender; que haya placer en el esfuerzo del descubrimiento;  fuerza en la rigurosidad del experimento y  resiliencia en la búsqueda de la verdad.

Alfabetizar personas no es suficiente: urge una formación integral que sea el catalizador de un ser humano íntegro y honesto; consistente en pensamiento, palabra y acción, solidario con el dolor ajeno; productivo, autocrítico y analítico pero, a su vez, ejecutor;  independiente pero, sobre todo, socialmente responsable con relación  al entorno en el que vive.

No  aceptamos que nos digan que la educación es la llave, si  cambian la cerradura constantemente.  Somos la generación  con mayor cantidad de años de estudio acumulados de la historia de la Humanidad. Es  hora de usar esos conocimientos y ponerlos al servicio de los demás. El conocimiento no tiene propósito sino es una herramienta para mejorar y hacernos parte del cambio: la educación no es llenarnos de información, sino cultivar nuestra capacidad para hacer de ella un instrumento al servicio de la sociedad. 

En la era de la información, no sirve de nada aprender a memorizar.  Debemos enseñar a nuestros jóvenes  a trascender la reproducción de información, y adentrarlos al pensamiento crítico y fortalecer su  capacidad de discernimiento para saber  distinguir lo bueno  de lo malo.  Urge una escuela que nos haga más empáticos, más solidarios, más humanos.

Es necesario  crear oportunidades de aprendizaje con pertinencia  con respecto a la realidad en  que vivimos. Cada persona no es un mundo, es un universo: su singularidad lo hace  totalmente diferente a otro ser humano. El educador se convierte en un gestor de aprendizajes de cada uno de sus estudiantes, su deber es respetar la individualidad y los estilos de  adquirir el conocimiento.

Como juventud, consideramos contraproducente que nos eduquen con estrategias del Siglo XIX en el siglo XXI. Es una irresponsabilidad hacerlo. La escuela nueva, la del Siglo XXI, debe buscar en los jóvenes la respuesta  a la pregunta “¿Cómo aprenden los jóvenes del Siglo XXI? Basta ya de más de lo mismo.

Fecha del Artículo: 
Martes, Julio 25, 2017

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